Entre los casi dos meses que transcurrieron desde los atentados a las Torres Gemelas y la celebración del Halloween del 2001 fue fascinante ver como se iba asimilando culturalmente el impacto del ataque y las representaciones que iban surgiendo relacionadas con el evento. Marcados por el fervor patriótico se desarrolló una creciente y generalizada discriminación, "con nosotros o con los terroristas", que influenció por ejemplo el consumo y producción de banderas como símbolo homogeneizador, o se presenció la glorificación del colapsado World Trade Center como símbolo de pureza patriótica. Fueron muchos los productos conmemorativos que intentaron lograr beneficios de esta situación con una significativa producción de memorabilia relacionada con los mismos edificios.
Según se acercaba Halloween pensé brevemente si no sería el siguiente paso lógico una provocación y exorcismo crítico de las Torres a través de su uso como disfraz para pareja, en la línea de las grandes fiestas de salón tipo arquitectos en el 1931. Algo sencillo pero muy efectivo que reflejara como se estaban convirtiendo en un objeto idealizado fuera de cualquier debate crítico. Apenas mencioné la idea y rápidamente me la quitaron de la cabeza. Bueno, estrictamente hablando ahí es donde se quedó, en la cabeza.
Por aquel entonces y en medio mundo occidental también se comenzaron a comercializar caretas de Osama bin Laden que junto a las de personajes infantiles reivindicaban su estatus de ser de fantasía, de leyenda ofensiva política, una especie de diversión desde el mal gusto aunque no tan extraña por otra parte. Y el fenómeno también ocurrió en los USA. En ese mismo Halloween del 2001 tras el atentado a las Torres Gemelas uno de los disfraces más populares fue el de Osama. Esa muestra popular para abrazar la imagen proyectada del líder de Al Qaeda se me antojaba algo obscena y dócil tras la justificación de exorcizar al gran satán condenado por los atentados y que en unos años sería sustituido temporalmente por Saddam Hussein. Pensé por un instante que la provocación real, el exorcismo popular, estaría por ejemplo tras el disfraz de las Torres Gemelas. Fue acertado supongo que se quedara en una idea provocadora y ofensiva por mi parte: con las reliquias patrióticas no se juega y en eso se convirtieron las torres... Pero su sacralización era parte del mismo proceso dogmático que demonizó a Obama, con la diferencia que desde la imposición en la cultura popular de masas reírse del otro está asimilado y esa ridiculización de bin Laden era parte de ese proceso simplificador de la opinión pública. Darle la vuelta al proceso cultural, ridiculizar y exponer las torres como disfraz era el germen de esa propuesta que se quedó en este boceto más reciente que buscaba recuperar una idea explorada de otras maneras.
En buena parte el proceso de demonización de Bin Laden era sencillo desde el desconocimiento popular de los antecedentes históricos del personaje y de la región. Así estaba sujeto casi más que a una demonización a una disneyficación, en cierto sentido era irreal, un demonio total intangible, detrás de todo y visible frente a nada. Ese personaje de leyenda era muy diferente de la realidad física que ofreció el World Trade Center. Esas Torres perdieron su realidad, no sólo en el maremagnum cultural con la disposición de escombros o los procesos de compensación médica a los trabajadores de emergencia que hoy diez años más tarde aún continúan, si no que la perdieron desde la perspectiva de haberse convertido en una reliquia intangible, y esa irrealidad es la que potencialmente genera la ofensa de su uso como comentario cultural. De hecho muchos de los toques más críticos y de mal gusto surgieron fuera de los USA, y dentro se eliminaron rapidamente por ejemplo cosas como los mecheros con forma de torres y avioncito. Me pregunto si habrá un resurgir de disfraces de Bin Laden en el Halloween de este año y me intriga la vigencia de ese disfraz de Torres Gemelas nunca realizado.